jueves, 20 de abril de 2017

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Ambos hermanos cruzan miradas, las mantienen y cuando sus fosas nasales se estaban expandiendo, la abuela rompe el momento tenso
_Ya que vinieron, podemos ir poniendo la mesa, no? Delen que ya tiro los fideos y comemos.
Claudio, que tapaba la salida de la cocina, da un paso hacia atrás, dejando salir a Sergio con el mantel a cuadros con frutas dibujadas que ambos conocen casi de memoria. Sentir el material, ver los colores, el diseño tan familiar lo hace bajar la mirada y seguir hacia el comedor sin buscar seguir la gresca con su hermano, que parece haber sentido algo similar, porque gira sobre sus pasos y va hacia el patio donde su padre sigue luchando con los yuyos del jardín.
Entre Sergio y su hermana van preparando las cosas, y estiran la mesa como hicieran desde que pasaron a ser cada vez más, su mujer para variar está en el sillón con el celular chequeando vaya a saber qué cosa (son esos momentos donde piensa que por ahí tendría que haberle hecho caso a la mirada que le tirara su abuela la primera vez que la vio), los nenes corretean entre su hermano y su padre en el patio, mientras la madre ayuda a colar los fideos. Se siente desde la cocina que todo está a punto. La abuela se asoma por la ventana de vidrios rebatibles y grita "ya está la comida!", ese llamado universal que hace que señala que no importa lo que se está haciendo, llegó el momento de parar y de ir para la mesa.
Se acomodan todos en la mesa, los lugares fueron asignados hace años y por supuesto se respetan: Papá en la cabecera, a la derecha mamá, frente a ella Silvia, al lado su esposo y las dos nenas. Mateo insiste en sentarse al lado de las primas, pero se negocia y quedan de frente. Y del otro lado, entre Sergio y Claudio, Edith hacía de muro de contención, de barrera, impidiendo que ambos hermanos crucen siquiera una mirada durante el almuerzo. Y, por supuesto, la cabecera opuesta es para la abuela, que llega a ocuparla con la fuente hirviendo, llena a rebalsar de fideos. Los nenes empiezan a aplaudir y los grandes se prenden, no sin tanto entusiasmo pero por lo menos participando del ritual.
La abuela va sirviendo y el olor del estofado los inunda, los amontona a todos en un trance hermoso del que sólo se puede salir comiendo. Los primeros minutos son de puro silencio, está todo demasiado rico como para siquiera esgrimir una palabra. Sergio estira la mano para tocar la de la abuela, que le devuelve el gesto.
_Abu, esto está demasiado bueno, lo que es comer comida de verdad de vez en cuando, eh?
_A mi no me mires, reclamale a Romina _Dice Edith, haciendo alusión a la señora que cocina en la casa.
Sergio hace ademán de emitir una opinión, pero su cerebro le recuerda que la comida es demasiado buena para arruinar el momento, así que se contiene y sigue comiendo. Los comentarios en torno a lo bueno de la comida se van multiplicando, lo que dibuja una sonrisa en el rostro de la abuela, que pensaba que el almuerzo iba a ser mucho peor después de lo que pasó en la semana.
Llega el momento del postre y Sergio se levanta:_ Voy a traer el helado, te compré kinotos al whisky pa porque sé que te gusta el de la heladería de casa
_Gracias hijo por acordarte de tu padre
Y justo cuando pasa por detrás de su hermano, éste le tira
_Que pena que no te acordaste del abuelo cuando te llamaron de Atlético...

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